Hay una fuerza que no se ve, pero que sostiene. Una melodía que no suena, pero que guía nuestros pasos.
Cuando el alma se alinea con algo mayor, no hay lucha, hay entrega.
No se trata de entender, sino de sentir. No se trata de controlar, sino de confiar.
El amor perfecto no exige, simplemente está. Como el sol que no pide permiso para brillar, como el río que no pregunta por dónde fluir.
Y en esa sintonía, la vida se vuelve oración.