Hay días que no enseñan con palabras, sino con presencia. Hoy, el cuerpo se convierte en altar, y cada movimiento es una ofrenda silenciosa. No hay meta, solo escucha. No hay esfuerzo, solo entrega. En el pulso de lo cotidiano, descubro que sanar no es cambiar, sino recordar quién soy cuando dejo de resistir.